El relato en la política - por Juan Carlos Nogueira
Contrario a lo que sucede con las computadoras, que procesan gigantescos volúmenes de datos en forma tabular, nuestro cerebro no puede retener muchos datos tabularmente. Sin embargo, es capaz de retener y procesar enormes cantidades de información si esta se le brinda en forma de relato.
Por esa razón los relatos constituyen un vehículo muy eficiente para comunicar información factual, conceptual, emocional y tácita. Esta característica humana ha sido aprovechada históricamente por profetas, clérigos y líderes políticos, para movilizar las masas.
Pero para que el relato no se deforme, es necesario recurrir a una versión escrita no modificable. A lo largo de la historia, diferentes civilizaciones emplearon tablas con mandamientos, libros sagrados, declaración de los derechos del hombre y el ciudadano, constituciones, etc.
Mantener una versión oficial estable es condición necesaria para preservar la tradición, pero no es suficiente. Se requiere además, evitar que aparezcan interpretaciones diferentes del texto.
Así surgieron burocracias especializadas en interpretar la versión oficial para que la masa se mantenga alineada al dogma. Ese es el origen de los cleros de las diferentes religiones, encargados de divulgarlas, corregir desvíos e incluso perseguir herejes.
Pese a estos controles, de todas formas surgieron corrientes disidentes. Por ejemplo, los cristianos se apartaron del judaísmo. Los cristianos se dividieron en católicos y ortodoxos (1054). Más tarde de los católicos se separan los cátaros y fueron casi exterminados (1209-10). Ya en siglo XVI aparecen los protestantes y Europa arde en guerras de religión (1524 - 1697).
Los gobiernos de los países también mantienen un relato que identifica a la nación, sea ésta una monarquía, una tiranía, o una democracia. Y como en las religiones existe un libro sagrado (constitución) y una burocracia encargada de mantenerlo (parlamento, u organismo similar).
Con el paso del tiempo, estas burocracias (tanto las religiosas como las gubernamentales) fueron aumentando su tamaño, poder y riqueza. Y como cualquier institución humana que se controla y juzga por sí misma, degeneran en corrupción.
En el caso de las religiones sobran los ejemplos. En la iglesia católica podemos mencionar el enriquecimiento del Vaticano desde la Edad Media, la venta de perdones, las cruzadas, las guerras religiosas, la Inquisición, y más recientemente las estafas bancarias.
En el caso de las burocracias políticas, Montesquieu propuso la división de poderes del estado como forma de mitigar el problema del autocontrol. En los regímenes democráticos, si bien las elecciones renuevan las autoridades periodicamente, no logran evitar que se hayan emergido los "políticos de carrera" que perduran en cargos de responsabilidad, incluso pese a que cambie el partido de gobierno.
Resulta interesante estudiar el comportamiento de los "políticos de carrera" a la luz de una rama de las matemáticas, la Teoría de Juegos, que explica las estrategias ganadoras en cualquier conflicto (o juego).
En este caso, el "juego" está caracterizado por un conjunto de bandos (partidos políticos) que pujan por lograr y mantener el poder. Este se logra a través de vencer en las elecciones.
Cada bando está integrado por agentes (políticos) cuyo objetivo público en forma de relato puede leerse en sus discursos, pero cuyo objetivo reservado es mantenerse en el poder (mantener el cargo actual, o mejorarlo si es posible).
En este tipo de juego los intereses nacionales pueden no siempre estar alineados con los intereses partidarios y menos aún, con los intereses individuales de los agentes ("políticos de carrera").
En la resolución de este dilema está la diferencia entre los políticos éticos y los "políticos de carrera".
Es interesante observar que este tipo de juego no es "suma cero" (aquellos en la que las ganancias de un jugador son iguales a las pérdidas del otro). Si bien la competencia por lograr el gobierno es dura, los políticos adversarios se necesitan mutuamente. Es una relación simbiótica que les garantiza que incluso rotando, puedan perdurar en sus privilegios.
Además, resulta muy útil presentar ante la ciudadanía un "enemigo" visible que facilite el relato para aglutinar y captar votantes.
De esta forma, el sistema se ha vuelto una representación teatral destinada a mantener interesados a los votantes y hacer que la clase política perdure en sus puestos de privilegio. La ciudadanía observa enardecidos debates y editoriales (diseñados y dirigidos a los votantes), pero muy rara vez las denuncias culminan en procesamientos.
A los ciudadanos de a pie sólo les compete pagar impuestos y esperar a la próxima función, digo elección. Mientras tanto, la burocracia política sigue su expansión, más preocupada por mantener sus cargos, que por resolver los problemas del país.
Juan Carlos Nogueira
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